Ella tan imperfectamente perfecta, tan ideal, tan sonriente y fuerte. No se inmutaba con nada, todo la daba igual, nada le afectaba. Era dura o eso era lo que parecía, porque nadie estaba ahí cuando sufría, cuando esas lágrimas estaban a punto de desbordar y ella se colapsaba. Ella que era tan perfecta, ella que era la mejor, la más feliz para todos; la que siempre sonreía aunque todo se le cayera encima. Ella que sonreía sin venir a cuento, sin más. Pero lo que nadie sabía, es que ella lloraba con sonrisas y nadie se daba cuenta de ello. Y lo más doloroso era eso, esas sonrisas fingidas que todos tomaban como sinceras. Ella era toda felicidad por fuera, aunque por dentro estuviera rota en mil trozos.
Ella era tímida e inocente, aunque a decir verdad no tan tímido y mucho menos inocente. Prefirió no enamorarse , si no buscar a una persona que le diera el amor que ella no sabía darse.
Comprendió que el amor correspondido no garantiza una unión perdurable, porque hay personas que son demasiado intensas como para poder permanecer juntas, sin llegar a destrozarse mutuamente.
Finalmente tomó coraje y decidió irse, irse para no volver. Iba cargada de preguntas, de heridas, de impotencia... Pero llevaba con ella una pizca de libertad.
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