No se veía nada, todo era de color gris, la niebla era tan
densa que no dejaba que la vista llegara más lejos que al acantilado que se
situaba frente al muelle . Se oía el rumor del mar, las olas venían y se iban,
meciéndote poco a poco, sonando muy cerca, aunque yo estaba lejos de ellas. Yo
estaba en el muelle y miraba sin mirar a las gaviotas ya que por la niebla que
había solo podía oír sus graznidos y
escuchar el sonido del agua cuando su cuerpo impactaba con la superficie del
mar, donde se sumergían para
posteriormente emerger con un pez en su pico. Y allí en la parte más lejana
estaba el, tan imponente, tan inquietante con esos salientes que tantas vidas
se ha llevado, ese acantilado era mi refugio. Cuando huía ese era mi escondite,
debía bajar por un escarpado camino en el que las piedras estaban sueltas y
debías tener mucho cuidado para no resbalar y caer hacía esas olas furiosas que
impactan una vez tras otra y te engullen para que una vez caigas no vuelvas a
salir. Para que seas una víctima más, como fue ella, ella también solía venir
aquí lo leí en su diario, en papeles sueltos que encontraba en algunos cajones,
ella murió cuando yo apenas tenía seis años. La verdad es que no la recuerdo,
ya no recuerdo su cara, es muy borrosa ante mis ojos, era un recuerdo que se
fue difuminando con el tiempo hasta convertirse en lo que es ahora, nada.
En ese mismo instante vi una sombra en el acantilado, era
una persona, no se le veía la cara; ya que era una figura muy difuminada, la
niebla es así de confusa. La sombra no se había parado en la parte más baja del
acantilado como hacían todos, siguió caminando, llevaba un paso firme,
decidido, parecía que sabía muy bien lo que iba a hacer. Seguía subiendo. Llegó
hasta la parte más alta del acantilado y se acercó al borde y fue justo en el
borde donde se sentó. Parecía que me miraba. No lo sé, pero me incomodaba que
alguien hubiera reparado en mi persona. Al cabo de un rato, se cansó de
incomodarme y se fue. Pero volvió a acercarse al borde del precipicio, por un
momento pensé que estaba contemplando el penoso paisaje que se podía ver a
través de la niebla y las finas rendijas que dibujaba la lluvia, como si de una
cárcel se tratara. Esa persona estaba decidida a lanzarse al vacío, lo sabía,
lo presentía. Volvió a alejarse, se lo pensó mejor. La siguiente vez que
volvió, me miró y se quitó la capucha, mostrando así un cabello largo y
despeinado, del que solo podía ver su intenso color anaranjado, con algunos
matices rojizos. Se movía con el viento, hacia delante y atrás, según este
cambiaba su dirección. Por un momento pensé que podría ser yo, nunca había
visto un pelo del mismo color que el mío por aquí. Tampoco venían muchos
turistas al pueblo, era un pueblo pequeño, sin nada que mostrar al mundo y sin
poseer nada que se pudiera explotar. Intenté fijarme más en esa sombra, que
como si de una antorcha se tratase, alumbraba todo con su pelo de fuego aquello
que había a su alrededor, alejando así un poco la niebla y dejándome ver algo
mejor su rostro. Comprendí que era exactamente igual que yo, pero yo no podía
ser, yo la estaba viendo desde abajo. Nos parecíamos en el pelo y en que ella
quería lanzarse al vacío, quería arriesgarse, pero no encontraba el valor
necesario para arrojarse sin pensarlo; en eso también éramos iguales.
Me sobresalté cuando sentí como en mi hombro se posaba una
mano un tanto mojada y fría y ligeramente me apretó el hombro, pero no de una
forma cariñosa o amigable, si no de la forma más fría que podía, él era así.
Volví la vista al acantilado, la sombra pelirroja seguía allí. Levanté la vista
y me miró con cara de pocos amigos, señal de que ya estaba cansado de estar allí,
su escusa de siempre era que no podía soportar estar mirando el lugar en el que
falleció su mujer.
-Venga, ya ha sido suficiente.-dijo al fin con una voz queda
y casi que en un susurro.
Me levanté, me dolían las rodillas de haber estado sentada
tanto tiempo. Mientras caminábamos por el muelle para volver al coche y
dirigirnos a casa, miré un momento al acantilado, la sombra ya no estaba allí,
se había difuminado y convertido en una parte más de la niebla porque tirarse,
no se había tirado.
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