Desde aquel día, voy con Noah al instituto y vuelvo, nos
hemos hecho amigos. Él no ha vuelto a sacar más el tema de los golpes, yo
intento no meterme con él. Somos muy parecidos en ciertos aspectos, tenemos
grandes aspiraciones, ganas de probar cosas nuevas, además aunque parezca tonto
le gusta leer. El otro día le recomendé un libro, un libro que tengo en mi
lista de futuros libros, trata sobre la identidad personal. Es algo que a él le
vendría bien, igual que a mí. Ser uno mismo, tener el poder de decisión. Esta
idea ronda en mi cabeza desde hace tiempo, pero sobre todo desde estos últimos
días.
De repente empecé a escuchar
como volvían a sonar los pasos rápidos por la escalera, decididos a
hacer daño, ya lo había pensado bien y decidí que tenía que poner fin a esto,
ya no quería seguir así, debía enfrentarme al problema, no huir de él y dejar
que poco a poco me destruya. Los pasos se detuvieron. Había llegado a la
puerta. Abrió de golpe. Otra vez esa asquerosa mirada. Comenzó a adentrarse en
la habitación desabrochándose el cinturón.
-Vete.
-¿Qué has dicho?-se quedó perplejo.
-Que ya no más. Se acabó.-dije al borde del llanto.
-Aquí quien decide soy yo.-dijo a la vez que levantaba el
brazo derecho, pensé que era para sujetarme, pero fue su puño el que impactó en
mi cara.
De repente el tiempo paró para mi, todo era confuso, no
sentía sus besos en mi cuello, no sentía como me quitaba la ropa, ni como me
penetraba, mi cuerpo estaba ahí, pero yo no. Todo eran luces intermitentes de
diferentes colores, como cuando te despiertas y algunos rebeldes rayos se
cuelan a través de los pequeños agujeros que tiene la persiana o como cuando la
luz se refleja en un espejo o al tomar una fotografía el sol también quiere ser
protagonista y la estropea colándose y
dejando su marca.
No sé si perdí el conocimiento o simplemente me quedé
dormida. Solo sé que cuando desperté estaba atardeciendo por esos rayos tenues
anaranjados que se colaban por la ventana. Escuché un ruido, me sobresaltó.
Después un golpe. Era en la habitación de Noah. Me acerqué un poco más a la
pared para así poder oír mejor.
-¿Te crees que puedes comprarme? ¿Crees que todos tus bienes
materiales me hacen feliz?-escuché que gritaba Noah enfadado.
-Trabajamos todo lo que podemos para darte todo lo que tienes,
pero no lo valoras.-decía una voz de mujer.
-Eres un estúpido, ¿sabes cuantos quisieran estar en tu
lugar?¿cuántos quisieran disponer de todo lo que tu dispones?-ese sería su
padre.
-¿No entendéis que solo quiero una familia? ¿No entendéis
que quiero tener una madre y un padre como todos? ¿No veis que no quiero
vuestros bienes? Solo quiero vuestro cariño.
Sonó un portazo. Fui hacia la ventana y me asomé un poco, vi
como Noah se marchaba corriendo atravesando el jardín. Quería llamarle,
apoyarle, darle un abrazo para que supiera que sabía su secreto y que yo
estaría ahí. Intenté llamarle, no me salió voz.
-Noah.-susurré. Lo intenté de nuevo, repetí su nombre unas
cuantas veces hasta que fui capaz de decirlo lo suficientemente alto para que
me escuchara. Lo hizo. Se paró en seco y me miró fijamente.
-¿Faith?¿Qué ha pasado?¿Por qué…?-dejó la frase a medias. No
me acordé del golpe, la adrenalina que me producía estar llamándole desde la
ventana, no me permitía pensar en el dolor de mi cara y menos en si estaría
guapa o no. Supongo que tendría la cara morada e hinchada.-Oh joder Faith.-lo
había comprendido.- Vamos, baja. Baja o subiré yo a por ti.
-No puedo, el está abajo.
-Salta.
-Comencé a escuchar sus pasos acercándose sigilosamente,
intentando no hacer ruido, pero le escuchaba, le presentía, se acercaba. Eché
un último vistazo a mí habitación. Puede que sea la última vez que vuelva a esa
habitación, tan desordenada con la mochila al lado de la puerta, la ropa sobre
la silla y el escritorio. Tal vez nunca volviera. El manillar comenzó a bajarse
poco a poco.
-¿Qué haces, Faith?-dijo abriendo un poco la puerta.
Abrí más la ventana, miré abajo un momento. Salté. Por un
momento vi que todo acababa, pensé que era libre. El golpe dolió. Dolió mucho,
pero no había caído en el suelo, si no encima de Noah. Él había parado el
golpe.
Mi padre se asomó a la ventana.
-¡Vuelve aquí! ¿Me has oído? ¡Vuelve aquí ahora mismo si no
quieres empeorar las cosas!
Noah agarró mi mano. Echamos a correr.
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