El estridente e insoportable ruido de la alarma me despertó
como cada mañana para ir a clase. Todas las mañanas hacía el mismo ritual, me
levantaba poco a poco, adormilada y buscaba algo que ponerme, cuando me quitaba
el pijama me miraba en el espejo unos minutos, siempre aparecía ante mí una
chica de piel clara, que no llega al metro sesenta, con el pelo anaranjado y
unos reflejos rojizos, con unos ojos intimidantemente grandes de color marrón
en la zona más externa, mientras que si te fijabas muy bien en ellos en el
interior se volvían de un verde oscuro que iba volviéndose claro poco a poco.
La chica del espejo tenía una nariz común, no era achatada como la que veía en
las fotos de su madre y tampoco era aguileña como la de su padre, en cuanto a
sus labios dejaban mucho que desear ya que eran finos; pero lo más
característico de esa chica era ese pequeño lunar en la barbilla, que ella
tanto odiaba. Me fijaba en cada parte de su cuerpo. Aunque solía detenerme en
los ojos y repetirme que no pasaba nada, que algún día todo cambiaría, que
cuando cumpliera los dieciocho podría irme de esta casa, lejos de él y comenzar
una nueva vida. Esas eran mis fantasías, mis sueños. Cuando salí de casa
quedaban cinco minutos para que el autobús saliera de la parada, así que corrí
como no había hecho nunca en las clases de educación física. Pero justo cuando
me quedaban veinte metros, el autobús comenzó a echar un humo muy espeso y
negro a través de los tubos de escape, clara señal de que estaba arrancando.
Grité que parara, pero no lo hizo. Se marchó. No estaba yo sola ahí como una
tonta gritando al autobús, delante de mi había un chico que escupía todo tipo
de palabras, pero ninguna buena, al autobús y al conductor.
-Venga, ¿por qué no dices más?-dije irónicamente.
-¿Perdón? ¿Me hablas a mi?-contestó el bruscamente.
-No, hablaba con la señal, por lo que veo es más educada que
tú.-dije enfadada.-Gilipollas-susurré.
-Te he oído.
-Ah, mira tú qué bien, no eres sordo. ¿Te aplaudo?
No me contestó. Me ignoró y eso hizo daño a mi ego. Me fijé
detenidamente en su aspecto, ropa de marca, pelo muy repeinado… Niño de papá
sentencié.
Me dirigí al banco que había en la parada del autobús, no
tenía otra mejor opción que esperar al siguiente, porque no llamaría a mi
padre. No, eso no.
-¿Me dejas pasar?- le pregunté.
-¿Me puedes dejar tu en paz, chica?- espetó.
-¿Qué te pasa, papá no te dejó su BMW para ir a clase? Qué
pena que tengas que rebajarte a ir en autobús. Pobrecito, debe ser un trauma
muy grande para ti.-dije a la vez que apartaba sus piernas del medio.
-Tú no me conoces, no hables de mi. No sabes nada de mí, así
que por favor. Cállate la boca.
-Vaya, tienes educación. Hicieron un buen trabajo contigo,
sabes decir por favor. Tu padres deben de estar orgullosos de que sepas decir
por favor…-decía irónicamente, a la vez que movía de forma exagerada los brazos
en el aire.
-Me imagino que el tuyo no lo estará de ti.-espetó de forma
fría y secante, dejándome con la frase a medias.
-¿A qué te refieres?-susurré.
-Ya no estás tan graciosa, ¿no?-soltó una carcajada.- Tú
seguro que no sabes quién soy, pero yo a ti te conozco, no he visto un pelo tan
diferente en mi vida, es raro.-sonrió con malicia.
-¿Nunca has visto a una pelirroja?
-Sí, pero de bote. ¿Tu color lo es? ¿Me dejas comprobarlo?
-¿De qué hablas?-eso no me había gustado, su tono, sus
palabras…
-Vivo al lado, la pared de mi habitación da con la tuya.
¿Sabes cuantas veces te he oído leer en alto? Eso me gusta, pero ¿sabes cuantas
veces he oído tu cabecero dar una vez tras otra contra la pared? ¿Cuántos tíos
te llevas a casa? ¿Repites todas las veces con el mismo? No te debe de gustar
mucho, no gimes.
Eso me heló, mis ojos estaban llenos de lágrimas. Alguien
más sabía el secreto, no podía creerlo. Se oía todo. Mis vecinos lo oían.
Salí de la parada, me puse los cascos y me marché en
dirección contraria. Me fui a mi refugio, hoy no iría a clase.
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