Se sujetaban las manos como si en ello les fuera la vida,
bajo la mortecina luz de la farola que se colaba por una triste rendija de la ventana
y escondía todos sus defectos,
sus sentimientos.
Trataban de esconder sus miradas para que no se encontraran,
cada vez que lo hacían sus pupilas se dilataban,
se perdían.
Eran tan intensos,
tan opuestos,
y a la vez tan cobardes,
ninguno era capaz de dar el paso,
temían hacerse daño,
por precaución decidieron mantenerse cautos.
Tan solo se amaban a escondidas y en silencio,
aunque a veces lo hacían demasiado callados,
porque ni siquiera el otro se daba cuenta de sus sentimientos,
aunque a veces lo gritaran a los cuatro vientos.
Ese fue su error,
pensar que sentir era malo y esconderlo,
se traicionaron el uno al otro intentando mantenerse cuerdos,
mantenerse a salvo,
pero ninguno de ellos lo consiguió.
Únicamente quedó como testigo de ese amor fallido
la mortecina luz de la farola que en las noches les delataba.
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