Sueños destruidos, echos añicos. Simples palabras, crueles y duras rompen hasta la más dura de las esperanzas, destruyen hasta la más segura de las confianzas e incluso ponen en duda la mayor de las verdades.
Nuestras alas muchas veces están rotas, rotas porque nosotros mismos las destruimos; porque nosotros mismos no nos queremos y nos rompemos porque queremos. Nosotros somos los que rompemos porque nos callamos y no dejamos libres y en libertad esas palabras.
Esas palabras son nuestras propias alas que nos dan la libertad deseada y a su vez nos destruyen por no decirlas.
Todos tenemos alas, pero muchas veces somos tan estúpido que no las usamos. Esas alas nos conceden la libertad soñada, nos abren las puertas que creíamos cerradas por estúpidas e inútiles inseguridades que no nos dejan disfrutar y vivir como queremos.
Pero por esos motivos debemos dejar que nuestras alas crezcan, que nuestras alas nos den el poder suficiente y la confianza necesaria para hablar, para luchar y para seguir adelante.
Nuestras alas muchas veces están rotas, rotas porque nosotros mismos las destruimos; porque nosotros mismos no nos queremos y nos rompemos porque queremos. Nosotros somos los que rompemos porque nos callamos y no dejamos libres y en libertad esas palabras.
Esas palabras son nuestras propias alas que nos dan la libertad deseada y a su vez nos destruyen por no decirlas.
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Pero por esos motivos debemos dejar que nuestras alas crezcan, que nuestras alas nos den el poder suficiente y la confianza necesaria para hablar, para luchar y para seguir adelante.
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