El caos que se había instalado en tu vida se vuelve orden.
Se acabaron las sirenas porque ya no las disfrutas tanto como los rechazos de
ella. Porque ella, tan cruel, como estúpida se ha convertido en el centro de tu
existencia. Y sin darte cuenta, ves que te has enamorado. Otra vez de un
imposible.
Porque ella es tan de
pisar sobre seguro, nunca despega los pies del suelo; tal vez sea por ese
terrible miedo al dolor que produce una caída. Pero la verdad es que yo adoro
volar, volar libre y sin rumbo fijado antes del despegue; prefiero improvisar y perderme. No hay nada
mejor que perderse y sentirte perdido para poder encontrarse.
Tal vez ella no sea la más feliz, pero su sonrisa intenta
mostrar lo contrario, pretende mostrar entereza ante el mundo. Un mundo que se
la come a la primera de cambio. Intenta mostrarse dura y fuerte ante un mundo
que la rompe en mil pedazos tras cada brisa que toca su piel o la despeina.
Somos como el agua y el aceite, el fuego y el hielo; somos
contrarios, opuestos sin remedio alguno. Entonces es cuando comienza la revolución;
una revolución interna, una revolución donde los bandos dividen los dos motores
de mi cuerpo, mi cabeza y mi corazón se ven enfrentados en cuan terrible duelo,
que luchan aún sabiendo que uno de los dos resultará herido y será derrotado.
Triste verdad, pues son pocas las veces en las que mi
corazón se ha visto tan involucrado en una causa como esta. Nunca una chica
había sido tan estúpida como para llegar a enamorarme a mí.
Yo era feliz con mis sirenas y mis viajes improvisados.
Pero ella llegó como una obsesión y pasó a hacer de mi vida
una revolución.
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