Cuando realmente comencé a amarme, fue el día en el que sí me respeté realmente, ya que me alejé de todo aquello que no era saludable para mi. Comprendí que es eso a lo llaman <<amor propio>>, dejé de tener miedo al tiempo libre y comencé a mantenerme en el presente. Me dí cuenta de que tener siempre la razón o al menos intentar tenerla, no sirve de nada, he aprendido que es mejor cometer errores de vez en cuando, que de nada sirve intentar ser tan perfeccionista, esa perfección tan perfecta a veces puede llegar a ahogarte, oprimirte.
Fue el día en el que comencé a amarme cuando descubrí la plenitud. También fue ese día en el que entendí como mi mente puede perturbarme, como puede llegar a decepcionarme, a dañarme, a romperme en mil pedazos.
El día que comencé a amarme comprendí que mi vida depende de mi, que nadie es más importante en ella que yo. Que habrá gente que estará poco tiempo en ella y puede que otros se queden hasta el final. Que hay buenas y malas rachas, pero que tanto una como otra no duran eternamente, que tanto la felicidad como el dolor con el tiempo se esfuman. Aprendí que de nada sirve estar mal, que solo puedes sonreír porque llorar empieza desde ahora a estar prohibido.
Ese mismo día comencé a cerrar los ojos y a respirar profundo para sentir, para dejarme llevar, empecé a fijarme más en los pequeños detalles que antes pasaban desapercibidos ante mis sentidos.
También me fijé más en las personas que están a mi alrededor y me quieren, comprendí que a esas personas les debo gratitud, cariño, apoyo y buenos momentos.
Fue el día en el que me amé de verdad, el día que descubrí la clave de todo: saber vivir.
Fue el día en el que comencé a amarme cuando descubrí la plenitud. También fue ese día en el que entendí como mi mente puede perturbarme, como puede llegar a decepcionarme, a dañarme, a romperme en mil pedazos.
El día que comencé a amarme comprendí que mi vida depende de mi, que nadie es más importante en ella que yo. Que habrá gente que estará poco tiempo en ella y puede que otros se queden hasta el final. Que hay buenas y malas rachas, pero que tanto una como otra no duran eternamente, que tanto la felicidad como el dolor con el tiempo se esfuman. Aprendí que de nada sirve estar mal, que solo puedes sonreír porque llorar empieza desde ahora a estar prohibido.
Ese mismo día comencé a cerrar los ojos y a respirar profundo para sentir, para dejarme llevar, empecé a fijarme más en los pequeños detalles que antes pasaban desapercibidos ante mis sentidos.
También me fijé más en las personas que están a mi alrededor y me quieren, comprendí que a esas personas les debo gratitud, cariño, apoyo y buenos momentos.
Fue el día en el que me amé de verdad, el día que descubrí la clave de todo: saber vivir.
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